Comentario
La decadencia de los fatimíes egipcios se acentuó en el segundo tercio del siglo XI como consecuencia de la conjunción de circunstancias adversas: malas cosechas y revueltas internas en Egipto mismo y en Siria, pérdidas de Sicilia e Ifriqiya entre 1036 y 1051. Aunque la situación mejoró en tiempos del califa al-Mustansir y de su visir Badr al-Yamali, ni los fatimíes ni los silyuqíes estuvieron en condiciones de impedir las conquistas de los cruzados, a causa de la fragmentación del poder y la debilidad militar dominantes en Palestina y Siria. El Egipto fatimí aún viviría una época tranquila bajo al-Amir y el visir al-Afdal, higo de Badr al-Yamali, hasta el año 1130. Luego, los desórdenes interiores, las agresiones de los cruzados en el delta del Nilo (1164) y la intervención de Nur al-Din y de su enviado Salah al-Din, el Saladino de los cruzados, acabaron con el califato y consiguieron que Egipto y Siria formaran frente común contra los occidentales.
Zengi y su higo Nur al-Din habían capitalizado a su favor el esfuerzo de resistencia contra los cruzados: a partir de sus primeras plazas, Mosul y Alepo, extendieron su poder a Edesa (1144) y Damasco (1154). Zengi ya había tomado el titulo de muyahid (combatiente del Islam) a raíz de su victoria en Edesa; su hijo Nur al-Din envió auxilio militar a Egipto en 1164 y de nuevo en 1171-1173: en esta segunda ocasión, las tropas sirias, mandadas por Salah al-Din, ocuparon todo el país del Nilo y, en 1174, cuando murió el atabeg, Salah al-Din le sucedió en el mando y recibió del califa de Bagdad el titulo de sultán; como tal fue el fundador de una dinastía, la ayyubí, llamada a dominar durante menos de un siglo la vida política de aquellas tierras. Conviene recordar que el apoyo de los ayyubíes no fueron sólo las tropas turcas sino también las de procedencia kurda: el mismo Saladino tenía este origen.
Los éxitos del primer sultán fueron extraordinarios, pues consiguió conquistar Jerusalén después de aplastar a los cruzados en Hattin (1187), y rechazar el contragolpe de la tercera cruzada, a pesar de sufrir una importante derrota en Arsuf. Sin embargo, cuando Salah al-Din murió (1193), los ayyubíes crearon diversos principados -Alepo, Hama, Damasco- bajo la dependencia nominal del sultanato, instalado en El Cairo, y aquello disminuyó sus posibilidades políticas; en Egipto serían sustituidos por un régimen de mercenarios militares -los mamelucos- desde 1249; el segundo de ellos, Qutuz, venció a los mongoles en la batalla de Ain Yalut (1260) y detuvo su avance en Siria cuando ya habían conquistado Alepo, de tal modo que su sucesor, Baybars, pudo unir de nuevo Egipto y Siria, agravar con sus conquistas la situación de los cruzados, y fijar fronteras estables con los mongoles, por otra parte en proceso de islamización. De aquella manera Egipto, y en especial Siria, consolidaban su posición preeminente en el mundo islámico, al permanecer al margen de las grandes convulsiones y cambios que afectaron a Mesopotamia e Irán, y al disponer de cierto margen de maniobra, y de beneficios, en sus relaciones mediterraneas, tanto con los europeos como con el Magreb.